SYSTEM OF A DOWN CONQUISTÓ BOGOTÁ CON UNA NOCHE INOLVIDABLE EN EL CAMPÍN

El pasado 24 de marzo, el estadio El Campín de Bogotá fue testigo de una de las noches más inolvidables en la historia del rock en Colombia. System of a Down, una de las bandas más icónicas y esperadas por generaciones de fanáticos, ofreció un espectáculo brutal, cargado de energía, pasión y una conexión única con el público.

Desde las primeras horas de la tarde, miles de fanáticos se congregaron en los alrededores del estadio, vistiendo camisetas negras, portando banderas y coreando canciones que marcaron sus vidas. La expectativa era inmensa y, cuando finalmente las luces se apagaron y la intro resonó en todo el recinto, la euforia explotó en un rugido colectivo que estremeció la ciudad.

Con un repertorio que recorrió todos sus grandes éxitos —desde los estruendosos acordes de Prison Song hasta la emotividad desgarradora de Aerials—, Serj Tankian, Daron Malakian, Shavo Odadjian y John Dolmayan demostraron por qué siguen siendo una de las bandas más respetadas y potentes del mundo. Cada tema fue recibido con ovaciones ensordecedoras, con el público cantando cada palabra, en un ritual de comunión musical que traspasó cualquier barrera.

Momentos como Chop Suey! y Toxicity desataron verdaderos terremotos de emoción, con miles de voces fusionándose en un solo coro que invadió cada rincón del estadio. Más allá de la música, el mensaje de lucha, conciencia social y resistencia que siempre ha caracterizado a System of a Down, resonó profundamente entre los asistentes, en una época donde esas palabras cobran más sentido que nunca.

El Campín se transformó en un santuario de libertad, donde por más de una hora y media el tiempo pareció detenerse. La banda, visiblemente emocionada por la respuesta del público colombiano, agradeció en repetidas ocasiones la pasión y la entrega de sus fans, prometiendo no dejar pasar tanto tiempo antes de regresar.

El concierto de System of a Down en Bogotá no fue solo un espectáculo: fue un acontecimiento cultural, una catarsis colectiva que reafirmó el poder de la música para unir, sanar y resistir. Los ecos de esa noche quedarán en la memoria de todos los presentes, como una de las páginas más gloriosas en la historia del rock en nuestro país.