En Colombia, la jueza cuarta penal del circuito de Florencia, Marienela Cabrera Mosquera, enfrenta un proceso disciplinario que ha despertado un fuerte debate nacional. Su “falta” no está relacionada con sus fallos judiciales ni con su desempeño en el estrado, sino con algo mucho más cotidiano: subir videos bailando y participando en tendencias en TikTok.
La Comisión Nacional de Disciplina Judicial abrió una investigación en su contra tras recibir correos anónimos que cuestionaban la “moralidad” y el “decoro” de sus publicaciones en redes sociales. Incluso, se llegó a solicitar que la jueza entregara su celular personal y se ordenó seguimiento permanente a sus perfiles digitales.
Sin embargo, más allá de lo que se diga sobre TikTok, lo que está en juego es un tema mucho más profundo: ¿acaso un juez deja de ser persona cuando ejerce su cargo?
Vida privada vs. vida pública
La jueza Cabrera ha sido clara en su defensa: los videos los graba en su casa, en su tiempo libre y sin comprometer sus funciones judiciales. Como cualquier colombiano, tiene derecho a expresarse en redes sociales, a bailar, a divertirse y a compartirlo con quien quiera.
“Este proceso no evalúa mi desempeño como jueza, sino mi vida privada”, ha dicho en varias entrevistas, denunciando que está siendo sometida a un “juicio moral” que no debería tener cabida en una democracia.
El doble rasero de género
Este caso también pone sobre la mesa la desigualdad con la que se juzga a las mujeres en cargos públicos. Cabrera misma lo ha denunciado: si fuera un hombre bailando o siguiendo tendencias en redes, el debate seguramente sería otro. La forma en que viste, se comporta o se expresa parece estar bajo una lupa que no debería existir.
Más allá de un baile, un derecho
El uso de redes sociales forma parte de la vida cotidiana de millones de colombianos. Pretender que una jueza no puede tener TikTok, ni compartir momentos personales, sería limitar sus derechos fundamentales al libre desarrollo de la personalidad, la intimidad y la igualdad.
No se trata de si gusta o no el contenido que publica, sino de reconocer que su labor como jueza debe medirse por sus sentencias, su ética profesional y su respeto a la Constitución, no por lo que haga en su tiempo libre.
Un debate que apenas comienza
El caso de Marienela Cabrera Mosquera es un llamado a reflexionar sobre los límites entre lo privado y lo público, y sobre el respeto a los derechos individuales de quienes ejercen funciones del Estado.
Porque al final, ser juez, magistrado o funcionario no elimina la condición más básica de todas: ser ciudadano, ser persona, ser libre.
Marienela Cabrera Mosquera
Nació en Florencia, Caquetá, en el seno de una familia profundamente marcada por la violencia que durante décadas ha golpeado a esa región del país. Su historia personal refleja el dolor que miles de familias colombianas han vivido a causa del conflicto armado.
Su padre fue asesinado por la guerrilla, un hecho que marcó para siempre su vida y la de sus seres queridos. Su hermano también fue reclutado y posteriormente asesinado por el mismo grupo armado ilegal, mientras que su madre tuvo que enfrentar el desplazamiento forzado, perdiendo no solo su hogar, sino gran parte de lo que había construido con esfuerzo.
La tragedia también tocó su vida conyugal: su esposo, un oficial del Ejército Nacional, fue asesinado cuando su hija mayor tenía apenas seis meses de nacida, obligándola a afrontar sola la crianza de sus tres hijos.
A pesar de estos duros golpes, Cabrera Mosquera decidió sobreponerse al dolor y construir un camino de resiliencia a través del estudio. Se graduó como abogada y orientó su carrera al derecho penal, convencida de que la justicia debía ser una herramienta para transformar vidas. Con los años, logró ser designada como jueza cuarta penal del circuito de Florencia, cargo desde el cual ha servido con dedicación en una de las zonas más complejas del país.
Hoy, más allá de su papel en los estrados judiciales, Marienela Cabrera se reconoce como una mujer que ha sabido resistir, reinventarse y defender su derecho a vivir plenamente, sin dejar de ser madre, profesional y ciudadana.
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