Bogotá D.C., junio de 2025 – En medio del movimiento del norte de Bogotá, hay un lugar que invita a bajar el ritmo. A detenerse. A conversar. Un lugar donde el tiempo en la mesa importa tanto como lo que se sirve. Donde el menú no está pensado para impresionar, sino para conectar. Ese lugar se llama “Adriano en Casa República”, y su propuesta nace tanto del fuego como de la memoria.
Ubicado dentro de Casa República, una casa neoclásica restaurada que conserva el carácter de la Bogotá republicana, Adriano se convierte en el primer concepto gastronómico en habitar este espacio. La arquitectura histórica se mezcla con detalles contemporáneos, generando un ambiente cálido, elegante y sin pretensiones, ideal para vivir la experiencia de comer sin reloj. Lo que alguna vez fue un club privado, hoy se abre al público como un lugar donde la tradición y la modernidad coexisten alrededor de la mesa.

La cocina está a cargo de Felipe Giraldo, un chef que ha cocinado en Madrid, Alemania y Bogotá, y que, tras liderar proyectos como Bícono y Tremé, decidió volver a las raíces desde otra perspectiva.“La cocina española no es un concepto estático. Es un cuerpo vivo. Conservo lo esencial —la honestidad del producto, la paciencia del fuego lento— y rompo con el miedo a la evolución”, explica.


Adriano no es un restaurante de cocina española tradicional. Tampoco es una réplica. Es una reinterpretación fresca, emocional y pensada para compartir. En su carta se pueden encontrar tapas como las croquetas de sobrasada y jamón, el crudo de atún con una versión propia de salsa catalana, canelones de rabo de toro o las clásicas patatas bravas, con un giro que no traiciona su origen.


También hay platos que conectan con el corazón, como los huevos estrellados con txistorra y papas, que Felipe describe como “un recuerdo entero servido en una sartén…el olor de mi infancia”. Y platos que hablan del rigor aprendido en cocinas exigentes, como la terrina de cochinillo prensado con puré de calabaza dulce, el arroz cremoso de gambas o el lingote de cordero braseado.
La experiencia en Adriano está pensada para disfrutarse al ritmo del tapeo. No hay platos individuales ni jerarquías entre entrada y fuerte. Hay centro de mesa, hay conversación. “El tapeo rompe jerarquías. En estos tiempos de tanta prisa, compartir raciones es casi un acto de resistencia”, dice Felipe. No es solo una forma de comer, es una manera de volver a lo humano: comer juntos, hablar, reír, dejar que el tiempo pase.

Y esa misma filosofía se refleja en su manera de liderar, “Entendí que el ego estorba cuando se quiere construir algo que dure. Este proyecto me ha enseñado que ser chef es crear un lenguaje común entre quien cocina y quien sirve, entre quien come y quien recuerda”.
Adriano es eso: cocina con alma, platos con historia, una atmósfera que acoge. Es la clase de lugar al que uno vuelve —no solo por la comida, sino por lo que pasa alrededor de la mesa.
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